lunes, 19 de mayo de 2014

Este domingo que acaba de quedar atrás me levanté en el justo momento cuando el sol emergía de entre sus cobijas de nubes blancas y,  queriendo respirar a cielo abierto,  abrí la puerta del patio, recibiendo en pleno rostro, aún en paños menores,  el aroma oriental que despedía un árbol de cítricos tupido de estrellitas del color de las nubes. Agradecido, me estremecí de asombro. Y mientras aspiraba profundo, por mi mente pasaban recuerdos, como si fueran alamedas a mi paso en móvil. Recuerdos agradables -recientes y lejanos-, que me hicieron sonreír al tiempo que decía para mí: “la vida vale la pena ser vivida!.” Aunque la vida no sólo la componen las cosas y detalles gratos.  Es una lucha. Y cada quien según sus propios criterios le encontrará su sentido.

En estas estaba y así proseguí,  especulando, reflexionando en torno a lo diverso, lo complejo y contradictorio de la vida. De la vida de cada persona.

Y no es para menos, porque la vida para los humanos, para que sea posible, y se despliegue, demanda un sinnúmero de esfuerzos, una inversión diversa por parte del cuerpo social en que esta transcurre: Cuidados, afecto, solidaridad, socialización y, a través de ésta, aprendizajes múltiples,  mediado todo por el lenguaje en contextos específicos,  determinados. Somos los animales que más cuidados desata, de parte de su núcleo familiar,  durante más tiempo hasta lograr su propia atención y manutención.

Todo lo cual signado además por la brevedad de la misma en cada individuo concreto, amén de su fragilidad manifiesta. Cualquier día, en cualquier instante,  nos puede pasar algo, y hasta ahí puede llegar ella, la vida de Z persona. Y con respecto a ese final inevitable, nadie escapa. Es una condena a la que todos estamos sometidos.

Esa ingente tarea representa unos costos que son incalculables para toda sociedad.

Es apenas comprensible que las sociedades que van ganando su mayoría de edad, introyecten como valor supremo, el valor de la vida. No como simple declaración formal,  sino como actitud, como práctica. Y sólo en casos extremos, en propia defensa, se admita justificar despojar a otro de este bien supremo.

En nuestro país, Colombia -más no únicamente-, estamos viviendo una situación particularmente crítica con respecto a la observancia de semejante principio.

La más inimaginable sin razón, cualquier hecho baladí, diga usted resolver un asunto de deuda menor, una “mentada de madre”, un robo de teléfono celular, la terminación, por una de las partes, de una relación amorosa, la camiseta de un equipo de fútbol, entre otras,  es  suficiente motivación y  causal  poderosa para privar de la vida al semejante. En el contexto de una guerra degrada y con antecedentes de violencia política azuzada desde y por el mismo estado, en medio de un modelo de vida inspirado en el tener, que es poder

Y para honrar la sed de muerte, personajes como Uribe y el ventrílocuo de Oscar I. Zuluaga, (el zorro), justifican la continuación de la guerra entre los colombianos. Y al parecer, lo más atrasado de la galería,  se eriza de gozo con sólo pensar en el olor de la sangre. Uribe sabe tanto de esto como del papel del miedo para manipular a las masas.

Ramiro del Cristo Medina Pérez


Santiago de Tolú, mayo 12 - 2014